jueves, 15 de diciembre de 2011

Vivir, por Jesús Quintero

"El único pecado imperdonable es no vivir; entregarse a una muerte anticipada mientras aún hay corre sangre por las venas. Porque vivir no es sólo estar en la vida, vivir es participar en la fiesta, actuar y ser protagonista, elegir un papel e interpretarlo con autenticidad y con convencimiento. Vivir es ser, y conocer. Vivir es saber por propia experiencia qué es el amor, qué se sienten los besos, qué se siente cuando se llega al éxtasis, a la cumbre del placer. Qué se pierde cuando un amor se olvida. Vivir es saber por propia experiencia qué es la pasión y qué se siente cuando nos atrapa. Qué se siente cuando un amigo nos pone la mano en el hombro cuando llega el momento de una despedida... cuando tropezamos, y tenemos que levantarnos y volver a la lucha.
Vivir es estar vivo y parecerlo, saltar cada día de la cama como si todo fuera nuevo, como si fuera el primer día, aprovechar cada momento, como si fuera el último.
El instante que se va, no vuelve."

Transitando los extremos

No se puede escribir estando muy triste o muy alegre.
El exceso de tristeza cae en desesperacion, y nada poetico puede salir de alli. La alegria desmesurada se desvirtua en exaltacion, nublando nuestros sentidos.
De esta forma, transitando los extremos, nunca somos dueños de nosotros mismos y eso se traduce en las ideas.
El mejor estado, literalmente hablando, es el de la melancolia. Estamos parcialmente dañados pero aun nos aferramos a la vigilia de un estado anterior de felicidad, que generalmente, se desvanecio.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

A cada paso

Abro los ojos al despertar y allí esta, parado en la oscuridad con porte altanero, centrando sus fuerzas en una sola pierna y con los brazos cruzados. No puedo ver su rostro, pero apostaría que con su boca me regala una mueca de burla, y con su ceja izquierda arqueada desmesuradamente, intenta embestirme con aires de superioridad.


Mientras transito calles imperiales que me resultan tan vacias, jugando con las luces rojas y verdes que no paran de cambiar, él me acompaña riéndose discretamente de mi forma de andar. Sabe lo que pienso, el peso sobre mis hombros, sabe la razón de mi mirada cansina...


 Él me persigue. Me persigue en mi vieja-nueva rutina... en parte se siente decepcionado porque sigo en pie, porque una fuerza casi mecanica me impulsa día a día a salir a buscar...


 Se sienta a mi lado en el colectivo. Yo no le presto atención porque siempre llevo mis auriculares. Él sabe, oh sí, él sabe... sabe que pese al exagerado vólumen de la música, no logro acallar los pensamientos que me atormentan. Sabe también que sueño despierta.


Yo no lo escucho, quizás porque no tengo tiempo, quizás por orgullo, quizás por despecho... Por negar una inevitable realidad.


Me acorrala en cada esquina, con su risa maquiavelica. No sé qué mente desquiciada podría concebirlo como benigno.


Me acecha, eficazmente, para recordarme mes a mes, semana a semana, día a día, minuto a minuto, segundo a segundo... Que la felicidad es una ilusión, que la eternidad es un espejo roto y que las certezas son efímeras...


Que todo fue parte de su juego, en el cual, creyéndome la reina ejecute la maniobra fatal del jaque-mate contra mi propia integridad esencial...


Creyendome reina hice temblar el tablero, para finalmente develar la cruda verdad: nunca fui más que un peon.


Él se llama Destino. Y yo, por siempre, su peón.